Como
ya os conté hace 365 días, el 3 de agosto es una fecha que, desde hace cuatro años, celebramos como la ocasión lo merece. La cuestión es que cuando un hecho se repite más de una vez acaba convirtiéndose en costumbre. Y para mi marido y para mí ese el mejor día, la excusa perfecta, para visitar un restaurante con
Estrella Michelín.
Tras estar en el
Restaurante Riff, en 2014, y en el
Restaurante Vertical (este mismo año perdió la Estrella que poseía), en 2015, teníamos tres opciones para no tener que cambiar de provincia ni de Comunidad Autonóma:
La Sucursal,
El Poblet by Quique Dacosta o
Ricard Camarena Restaurant. Teniendo en cuenta que el primero está sufriendo en cambio de ubicación, estábamos entre el local de Quique Dacosta y el de Ricard Camarena. Aunque, por entradas anteriores, ya sabéis que Rafa y yo tenemos devoción por este último. Me gustó
Canalla Bistro y salí encantada de
Habitual. Así que había que probar su "restaurante" por excelencia.
Reservamos mesa hace un mes. Entonces ya indiqué que mi "estado" me impedía comer pescado crudo no tratado y ciertos manjares más. No sabía si serviría de algo, pero un día antes de la cita, cuando me llamaron para confirmar la reserva, ellos mismos me lo recordaron y ya me avanzaron que el único plato que no podría tomar es uno cuyo ingrediente principal era la ostra. También concretamos que de los tres menús degustación (de diez, ocho y seis platos) tomaríamos el más corto.
Llegamos puntuales a nuestra cita. El restaurante está en la misma manzana que Canalla Bistro, aunque su fachada nada tiene que ver ni con este ni con el restaurante situado en el Mercado de Colón. Sobriedad, seriedad.
Ya dentro, minimalismo, sencillez, pero sobre todo, mucha amabilidad. Me sorprendió la juventud de los camareros y su buen trato. Como en Habitual, mucho más cercano de los esperado. Pronto empezó el protocolo (todavía nos estamos preguntando cómo lo hacen para coordinarse tan bien). Empezaríamos con un "preludio", consistente 12 aperitivos, después pasaríamos a cinco platos principales y un postre. ¡Que empiece la fiesta!
Comenzamos con el Preludio. He de reconocer que de la emoción del momento o de mi mente (últimamente más despistada que de costumbre), se me olvidó fotografiar los primeros platos. Como la infusión fría de verduras, hierbabuena y pimienta (de la cual solo podéis ver el vaso en el que se sirvió) y el pepino con boquerón en vinagre y macadamia.
La infusión tenía un sabor tremendamente fuerte. Por su parte, el aperitivo de pepino estaba buenísimo.
Continuamos con un maíz a la llama y trufa de verano. Muy bueno. Y eso que no soy muy fan del maíz.
Como tampoco lo soy del requesón. De hecho, podría decirse que los siguientes aperitivos fueron lo que menos me gustó de toda la cena. Ni la piel de calabacín con Steak Tartar y requesón ni el nabo con rábano y caviar de salmón me convencieron.
Aunque todo se arregló con los siguientes aperitivos. El taco de lechuga y ensaladilla rusa de corvina estaba muy fresco y sabroso.
Como también lo estaba el contraste de sabores que formaban la breva con confit de pato y fondillón. La remolacha asada con cremoso de anguila y eneldo no está entre mis favoritos.
No me atreví a probar la cebolla con anchoa y ajo negro. Son tres ingredientes que no me gustan nada juntos... Lo compensó la patata nueva con pollo a l'ast y almendra. Un aperitivo calentito que me dejó en boca el sabor que deja un buen pollo al horno con patatas.
Acabamos el preludio con la flor de calabacín con cacahuete y hierbas, que estaba tremenda.
Y con una zanahoria asada con coco y comino que tenía un sabor espectacular.
Si en ese momento me dicen que la cena ha terminado, yo hubiera sido la más feliz del mundo. Pero todavía quedaban seis platos por delante. Cinco de ellos podríamos acompañarlos con este pan de espelta hecho con masa madre:
En cuanto a la elección de los platos principales, nos dejamos guiar por cocina. Serían ellos quienes escogieran los seis a probar de un total de 12 platos calientes y cuatro postres.
Empezamos con una ensalada fría de cangrejo, apio, manzana y flor de pepino. Vistosa presentación, contraste de texturas y un regusto picante que para mí fue exagerado.
Continuamos con el taco de berenjena asada con atún del Mediterráneo. Sencillamente, espectacular. Lo vi y, sin pensarlo, ataqué. No debo abusar del atún, pero un día es un día. De hecho, me acordé de la foto en el último mordisco... Sin duda, uno de los mejores platos de la cena.
No se quedaron atrás las cigalas con calabacín, arroz aliñado y emulsión de jazmín. ¡Qué sabor y qué textura tenían las cigalas!
El rodaballo en su jugo con ensalada templada de judía boby era un plato aparentemente muy simple pero muy bueno.
Cerramos la selección de platos calientes con una paletilla de cabrito con ensalada de pepino valenciano, yogur y agua de rosas. La carne de cabrito estaba tierna y sabrosísima y la ensalada estaba deliciosa. No sé qué me gustó más... Imaginaos todo junto, en el paladar...
Con este plato de diez dimos por finalizada la cena. Solo quedaba el postre. Y nos sorprendieron con migas heladas de limón, turrón 1880, miel y romero. Original, fresco y dulce, sin resultar empalagoso. Perfecto broche para una gran cena.
O no. Porque con los cafés llegaron los 'petit fours'. De melón, melocotón, breva, poleo y fresa... Cada cual más delicioso.
En definitiva, una cena especial para una ocasión especial. Ahora, a cumplir muchos años más casados para seguir visitando las "Estrellas".