Tras el primer día por la capital de España, llegaba el día de la carrera. Nos levantamos pronto, desayunamos lo de siempre y nos preparamos para ir a la zona de salida.
He de reconocer que estaba nerviosa. Me habían hablado mucho de las cuestas de Madrid y el sábado ya me di cuenta de que la carrera sería dura. La llevaba estudiada. Y, además, esta vez no íbamos a hacer tiempo. Sino a disfrutarla. Fue la tal la imaginé. Y por ello la disfruté y la sufrí a partes iguales. Las subidas de la Castellana y del kilómetro 15 se hicieron eternas; en las bajadas aluciné con el río de gente que corría tanto el maratón como el medio maratón.
Uno de los momentos más emocionantes de la carrera fue cuando nos despedimos de los maratonianos. Entre aplausos y ánimos, ellos se desviaban hacia las afueras de Madrid, mientras que nosotros nos dirigíamos hacia la meta. Guardamos fuerzas para el final y la última cuesta. Fue genial correr por una ciudad "desconocida". Pero, sinceramente, no hay nada como correr en Valencia.
Tras la carrera y la imposición de la medalla, nos fuimos a la ducha y a recuperar fuerzas. Desde hacía tres meses tenía hecha la reserva en el restaurante elegido para comer: Yakitoro by Alberto Chicote.
Entramos en el primer turno, a las 13:00 horas, y desde un primer momento nos dejamos aconsejar por el camarero.
Todos los platos los pedimos para compartir.
Empezamos con un arroz especiado asado al carbón en hoja de banano,
arroz blanco aliñado con sabores de oriente,
y ensalada con espinacas, queso manchego y salsa cremosa de tofu y hierbabuena.
Los tres platos, sinceramente, muy buenos.
Después ya llegaron los yakitori. De la tierra pedimos pequeñas patatas asadas con salsa brava.
Del agua, elegimos por unanimidad los buñuelos de bacalao con mahonesa de yuzu y chili.
De la granja, nos recomendaron el pollo lacado con salsa barbacoachina y guacamole; el pato confitado y crujiente con espinacas y naranja; y el pollo frito y crujiente con salsa agridulce cañí.
Finalmente, De la Finca pedimos la entrecostilla de Wagyu lacado.
Me gustaron todos, excepto el pollo con salsa agridulce cañí que me supo a chorizo. El de bacalao y el de pato, los mejores.
En cuanto a los postres, pedimos crumble de manzana con helado de vainilla; cheesecake; frutas variadas de la estación con helado de cereza; brownie de chocolate, y helado de fresa y wasabi con helado de jengibre.
No sabría deciros cuál de todos estaba más bueno. El más "diferente", sin lugar a dudas" era el que llevaba wasabi y jengibre entre sus ingrediente. Pero no podría quedarme con uno en concreto.
La comida se cerró con un trato excelente y un precio más que asequible. En definitiva, un restaurante recomendado si viajas o estás por el centro de Madrid.
De ahí, directos a Cookies & Cream. El local de Alma Obregon en la Calle Fuencarral. Nos habíamos ganado un buen cupcake. Y tan bueno. El mejor cupcake que he probado nunca: Un Red Velvet con crema de queso.
El muffin Bananatela también estaba buenísimo. Así como el cupcake Unicornio.
Después ya fuimos hacia Atocha a esperar la salida de nuestro Ave de vuelta a casa. Un viaje relámpago, tan aprovechado como agotador.
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