El pasado fin de semana fue GASTRONÓMICO. Sí, gastronómico en mayúsculas. Comenzamos el viernes cenando en un argentino, el sábado visitamos La Salita y el domingo comimos en el Japonice. Del último restaurante ya os hablé en una entrada anterior y de La Salita os contaré cosas en próximas entradas. Ahora toca hablar de La Fitorra.
Buscábamos un restaurante cerca de Mestalla para poder ir tras el partido de fútbol entre el Valencia y el Deportivo. Y echándole un vistazo a El Tenedor nos topamos con La Fitorra, en la calle Rubén Dario, número 18. 9,6 sobre 10 de valoración y un descuento del 20 % en la cuenta final. Vamos, de visita obligada. Leímos opiniones y sabíamos que no íbamos a fallar con la elección.
Y no fallamos. Tras el 2-0 del Valencia al Depor, fuimos al restaurante. Pequeño y acogedor. Como anunciaban los comentarios, muy familiar. Nos recibió el dueño, Luis, y pronto nos acompañó a una mesa alejada de la puerta. Mejor, la noche refrescaba en Valencia. Nos dio las cartas pero al mismo tiempo nos recomendó que hiciéramos caso a sus indicaciones. "Entre los tres armamos el menú", dijo Luis. Y nos fiamos de él.
Dos empanadas argentinas, un chorizo criollo, un lomo alto de ternera y una ración de vacío. Nos dijo que las raciones no era grandes, pero que con esos platos sería suficiente para los dos. Seguimos sus indicaciones. En cuanto al vino, también optamos por su recomendación. Un tinto argentino llamado Santa Lucía, con un sabor afrutado. Muy bueno, sinceramente.
Cuando Luis nos sirvió las empanadas nos indicó cómo había que comerlas: con las manos, enrolladas con papel para no mancharse y poco a poco para no quemarse.
Tal cual. La pasta, casera, muy buena. Por dentro, calientes (como nos advirtió el propietario), tiernas y muy sabrosas. No las había probado nunca y la verdad es que me gustaron mucho.
Al siguiente plato le tenía un poco de miedo. Chorizo criollo. No me gusta el chorizo. Al menos, el que conocía hasta el viernes.
El chorizo criollo no es más que una longaniza especiada. Además, acompañada por la ensalada de cherrys y canónigos, queda un plato de lo más variopinto de sabor. Bueno.
Después ya llegaron los platos principales. Tanto el lomo alto como el vacío los pedimos al punto. Y ambos los sirvieron en su punto. Algo de agradecer, puesto que en muchos restaurantes no entienden el término medio entre crudo y muy hecho. Pero este argentino es diferente...
El vacío estaba muy tierno y jugoso. El sabor, único. Aunque me quedo con el lomo alto. Tierno, tiernísimo. De hecho, se deshacía en la boca. Vamos, como dicen los niños, no se hace bola.
No soy yo muy carnívora, pero puedo decir que es la mejor carne que he probado nunca. Y de raciones pequeñas, nada.
Igual algo tienen que ver, también, las salsas y las especies con las que pudimos acompañar las carnes. Sal de jengibre, sal marina y sal de boletus, por una parte; y chimichurri y salsa criolla, por otra. Me llamó la atención la sal de jengibre. Diferente, algo picante. Sobre el lomo alto, espectacular.
De ahí pasamos al postre. Luis nos recomendó panqueque o tiramisú. Como el segundo ya lo conocíamos (y a mí no me gusta demasiado), nos fuimos a por el primero, el panqueque, un crep de dulce de leche.
Este postre es la anti-dieta en persona. Dulce, en exceso. Pero muy bueno, para qué mentir. En el plato solo se quedó la nata, que pedimos que nos quitaran pero se acordaron tarde. Por suerte, iba en un lateral. Lo cierto es que no soporto los restaurantes que cubren sus postres 'caseros' con nata, que al final no sabes si has pedido dicho postre o solo nata. Este, sin embargo, llevaba la justa y necesaria. Un 'dulce' acierto.
Con el crep, unos cortados y un chupito de limoncello, dimos por finalizada una gran cena, una grata sorpresa. Con la promoción de El Tenedor nos costó 54 €. Aunque el trato de Luis durante la cena y la despedida no se paga con dinero. Volveremos, seguro. Y os recomiendo, a todos los carnívoros, que lo visitéis. No os decepcionará.
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