Este verano hemos estado en Asturias. Viajamos en avión porque con un bebé de 20 meses es mucho más sencillo. Una vez allí, alquilamos un coche, con el que pudimos viajar por todo el Principado. Fuimos con un plan más o menos establecido, basado en las recomendaciones de amigos y conocidos, y de varios portales web.
Nos alojamos en el hotel rural Hotel Monte Somao, en la zona de Pravia. Primer acierto. Los propietarios se portaron muy bien con nosotros desde el primer momento. Como si fuéramos familia. Además, ellos también tenían una nena un poco mayor que Lucia, de la que "cogimos prestados" la trona, juguetes...
Vistas desde la habitación del hotel |
Una vez allí, bajamos los 444 escalones hasta la desembocadura del Nalón. Allí descubrimos un restaurante, Puerto Chico, con una gran zona infantil. Era pronto para comer, pero no para tomar algo mientras Lucia se divertía en la zona de juegos.
De ahí fuimos a Casa Zoilo, en Muros de Nalón. Había leído muy buenas opiniones sobre este restaurante de comida tradicional asturiana que, además, tenía un menú de mediodía muy económico.
Pedimos ensalada y fideuá mar y montaña. De postre, tarta de la abuela y manzana asada.
La fideuá estaba muy buena, pese a no ser la típica fideuá valenciana. Todo lo demás, correcto.
Por la tarde, fuimos a visitar Cudillero. Tras dar una vuelta por la población y subir hasta el faro, nos sentamos a tomar un culín de sidra, que acompañamos con una tabla de quesos, que devoraron padre e hija.
Para cenar, reservamos en El Tenedor en La Escala. No había mucha gente, pero tenía muy buenas opiniones en la App.
Pedimos una ración de croquetas, una de chipirones a la plancha y un cachopo. Amablemente, el camarero nos advirtió que nos habíamos pasado. Eliminamos los chipirones. Cuando vimos la ración de croquetas lo entendimos... ¡12! Muy buenas, eso sí.
Pese a no haberlos pedido al final, el camarero nos ofreció cuatro chipirones para probarlos. Pero es que ya estaba el cachopo en la mesa. Un señor cachopo de ternera que no pudimos acabarnos.
No podíamos más. De hecho, no pedimos ni postre.
Al día siguiente viajamos a Avilés. No teníamos muchas expectativas puestas en dicha ciudad, pero nos pillaba cerca. Aparcamos en un parking del centro histórico y en cuanto salimos vimos el tren turístico. Un recurso perfecto para ver los lugares más simbólicos de la ciudad con niños. También desde el tren divisamos varios parques donde acudir y el restaurante en el que comeríamos después.
Comimos en Tierra Astur, una franquicia de sidrería asturiana. Sabiendo ya cómo se las gastaban con las raciones por el Principado, pedimos una sartén de setas asturianas y pulpo y un entrecot de carne roja a la parrilla.
El poco pulpo de la sartén lo salvó la calidad y sabor de la carne.
De postre, tarta de avellanas y frixuelos de compota de manzana.
Los frixuelos son la versión asturiana de los crepes. Estaban buenísimos. Con la ración de tarta, por otro lado, podríamos haber merendado toda la semana.
Por la tarde aprovechamos para ir al Castillo de San Martín, de Soto del Barco, donde se estaba celebrando una Feria Medieval.
Cenamos algo rápido en el Centro Social de Somado. Patatas bravas, chipirones enharinados y albóndigas de carne. Raciones, de nuevo, descomunales.
Desde luego, además de andar mucho y ver muchas cosas, estábamos comiendo... ¡demasiado!
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