En agosto de 2007 mi vida dio un giro de 180 grados. Decidí, junto al que entonces era mi novio y ahora es mi marido, emprender un viaje. Nunca imaginamos que nuestras vidas iban a estar tan marcadas por aquella experiencia. Pero lo van a estar, para siempre.
Nos fuimos de Erasmus, juntos. Copenhague fue la ciudad elegida. Y aunque por entonces no sabía ni cómo se escribía correctamente la capital de Dinamarca, ahora puedo decir que esa siempre será mi segunda casa.
Por eso tenía ganas de ir al restaurante que lleva su nombre en Valencia. Consciente de que era un vegetariano y de que, posiblemente, me llevara una decepción, aproveché el 16 de enero, día en que mi vida también comenzó a dar un giro de 180 grados, para visitarlo.
Me habían hablado muy bien de él, incluso me habían dicho que en dicho local, ubicado en el barrio de Ruzafa, iba a probar los mejores platos de pasta de la ciudad. Nada más lejos de la realidad.
Comienzo por el principio. En la carta, estudiada ya desde casa, encontré platos comunes, otros que lo parecían pero no lo eran y nombres que no había escuchado nunca. Había que probar un poco de todo. Y si nos quedaba algo, ya teníamos la excusa perfecta para volver.
Como entrantes elegimos el Guacamole con nachos de yuca frita, las croquetas de gorgonzola, nueces, higos y lima, y las croquetas de boletus y avellanas tostadas.
El primero de los platos me recordó a las vacaciones en Riviera Maya. El guacamole era casero, casero. Y la yuca estaba crujiente y buena.
Las croquetas, deliciosas. Sobre todo, las de queso gorgonzola. La de boletus, tras las primeras, carecían de sabor. Igual hubiera sido un acierto tomarlas del revés.
Como plato principal elegí la Pasta Thai de fideo udon con salsa thai y verduras al wok. Excelente. Con un ligero sabor picante que, sin embargo, no era desagradable en el paladar. Me advirtió el camarero que era un plato de digestión pesada, aun así, me atreví. Eso sí, la botella de agua fue mi mejor amiga durante toda la tarde. No obstante, repetiría.
El resto de los comensales pidieron pasta (Ravioli verde relleno de espinacas y ricotta con pesto rosa de anacardos y remolacha con parmesano y fiocchi de pera y queso pecorino con setas de temporada confitadas y base de pesto rojo) y la hamburguesa Ruzafa (Hamburguesa de soja, con tomate seco, cebolla caramelizada, mezclum y queso vegano, sobre base de polenta y patatas mediterráneas).
Probé la "carne" de soja y no descarto que sea mi selección en una próxima visita. Aunque el arroz al curry se quedó esperándome...
También probamos varios postres. Yo elegí la New York cheesecake con mermelada de cereza.
Estaba riquísima. Aunque en la foto parezca más una tortilla que una tarta de queso, he de decir que su gusto era suave, con ese toque de limón que tanto me gusta en estas tartas. Me encantó. Tanto como la tarta de violeta (cremoso de queso con base de galleta y cobertura de caramelo de violetas). Aunque esta segunda tenía un sabor más intenso y más desconocido... Diferente.
La tarta de chocolate y puré de castaña con salsa de chocolate era una bomba de relojería.
Quizá el que menos nos convenció, por texturas y sabores desconocidos, fue la galleta crudivegana de avena con plátano, fresa y crujiente de soja.
El trato recibido rozó la excelencia, nos recomendaron, nos ayudaron e incluso pude averiguar el porqué del nombre del restaurante... Los dueños idearon este proyecto (tienen tres establecimientos vegetarianos en Valencia) tras un viaje a la capital danesa. Y es que algo tiene Copenhague que atrae...
Porque, como la ciudad nórdica, Copenhagen me encantó. Los veganos y vegetarios tienen una cita obligada. En realidad, todos deberíamos ir alguna vez a un restaurante vegetariano… Al menos, a Copenhagen.
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