Justo cuando abrieron inscripciones para el Maratón de Valencia de 2020 yo me apunté. Aunque no sea la distancia que más me atrae, sí que me atrapa, me pone a prueba. Y ya no solo el día de la prueba, sino los tres meses anteriores. Por eso sabía que el 6 de diciembre de 2020 yo haría mi tercer maratón. Porque NO HAY DOS SIN TRES.
Lo que no me esperaba yo es todo lo que iba a suceder en este 2020 y que el maratón no sería como yo había planeado. No habría miles de corredores, ni cientos de aficionados, ni estarían mis cheerleaders particulares, ni habría alfombra azul, ni speaker, ni nada. Correría sola. SOLA. Acompañada por una bici. Y YA ESTÁ.
Y es que cuando se canceló el Maratón de Valencia yo no lo dudé un segundo. Lo intentaría sola. Mi marido me apoyó y mi entrenador también. Así que eso estaba hecho. Esta vez habría que luchar contra la cabeza más que nunca. Correr sola 42 kilómetros ¡Correr sola 42 kilómetros! ¿A favor? Yo elijo el circuito, yo elijo desde dónde hasta dónde voy a ir. En contra, todo lo demás.
Planificamos un entrenamiento de 11 semanas. 11 semanas de plan en mitad de una pandemia mundial. El encaje de bolillos se complica por momentos. La palabra “incertidumbre” planeaba sobre cada semana, cada día de entreno. Hasta la última semana, hasta el último día. Tanto que hubo que hacer un cambio de planes el último día. No me acompañaría Rafa con la bicicleta. Lo hará Sandra. Al fin y al cabo, ¿quién mejor que ella para estar junto a mí esos 42 kilómetros?
El recorrido, ir a Valencia, volver y después dar una vuelta por Alcàsser. Lo tenía todo controlado. Fisio, alimentación, sales… TODO. Menos una cosa, el viento.
Comencé a las 07:00 de la mañana, todavía de noche. No había nadie. Solo yo. Extraño a la vez que emocionante. Comencé a correr con la sensación de que iba a hacer algo grande. ¿Seré capaz? En el kilómetro 8 me alcanzó Sandra con la bicicleta. Y todo fue a mejor. Hasta el viento, que iba a acompañarnos durante todo el trayecto y que me dificultaba la marcha en algunos momentos. Aun así, me lo pasé bien. Las piernas iban muy bien y la cabeza estaba en su sitio. No dudé ni un momento en que lo iba a conseguir. Los kilómetros pasaban rápido y el muro no aparecía. No, esta vez soy más fuerte. Y así llegué al 41… entrando a Alcàsser por el mismo sitio que “entra” la Media Maratón, mi prueba… pero esta vez el final no estaría en el centro del pueblo, no. Estaría en el centro de mi vida. Mi casa. Mi marido, mi hija y mi madre esperaban, a ritmo de “Carros de fuego”, a la Super Mami. Ni la mejor de las alfombras azules supera esa “entrada” a meta.
Perdonadme si no os nombro. Esta vez, no hay agradecimientos personalizados. Bueno, solo uno. Sandra, gracias por todo. No hablo de que decidieras acompañarme con la bici los 42 kilómetros; no hablo de que compartiéramos algún largo y comparáramos entrenamientos. Hablo de ese abrazo, esa carta, esa medalla, esas conversaciones, esas confesiones, esas risas, esas lágrimas, esas locuras, esos planes… De todo lo que me has aportado en estos últimos meses. GRACIAS, de corazón. Te lo digo y te lo repito: Sin ti, nada de esto hubiera sido posible. #TORNAREM